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martes, 6 de marzo de 2012

El movimiento, andando

Hace pocos días, igual que en estos últimos años, recibí una carta del Concejal de Cultura de nuestro Ilmo. Ayuntamiento en la que se me invitaba a colaborar en la revista "Cruce de Guiones". En la misiva, como de costumbre, aparte de las fórmulas protocolarias de rigor, aparecen de nuevo unas líneas que siempre me han llamado la atención. Son aquellas en las que se pide al posible colaborador, entre otras cosas, que cuente algún aspecto curioso o singular de nuestra Semana Santa.

Tengo que reconocer que he estado muchas veces tentado por reflejar algún conocido síndrome, de contar cómo el animal -según está escrito negro sobre blanco- en realidad lo regaló otra persona, que el beneficio de la rifa sirvió para otra cosa completamente distinta a la que siempre nos vendieron, o que, incluso, hay todavía bastantes que pretenden seguir viviendo del siempre lucrativo negocio de fabular con falsas historias, de justificar las más indecentes tropelías y de, a conveniencia, readaptar supuestas tradiciones. Menos mal que enseguida se me pasa el volunto y va ya para cuatro o cinco años que mi colaboración no pasa de un estadio puramente virtual, el cual mantengo desde la gratitud, el reconocimiento y el apoyo moral. Y digo menos mal porque polémicas, a estas alturas, las justas. La que se podría liar, madre... No me lo quiero ni imaginar...  La mulares patadas al jarro se oirían desde la Conchinchina.

En fin, reflexiones cuaresmales aparte, os traigo hoy, siguiendo la recomendación de nuestra Concejalía de Cultura, una singularidad que, a buen seguro, muchos reconoceréis.  Son unas líneas que escribí hace algún tiempo para un amigo y las he recordado hoy, al ver esta mañana las fotos que van a acompañarlas. Con todas ellas os dejo.

Hubo un tiempo, cuando éramos menos, en el que la sacristía de la Parroquia de la Asunción nos acogía cada vez que la Hermandad celebraba alguno de sus Cabildos. Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que su callada penumbra, el mármol frío, los armarios, el artesonado del techo, los sacros objetos del tesoro, los viejos bancos de madera, fueron testigos mudos y omnipresentes del caminar de nuestra Cofradía. Hubo un tiempo en el que la gran ventana abierta, una vez vencido el largo y penoso invierno, simbolizaba que todo estaba a punto de comenzar otra vez, mucho más cuando, a ráfagas, un suave viento mezclaba el cálido olor de la incipiente primavera con esa esencia interior destilada en tantos días de liturgia y preparación.

Y es que hubo un tiempo, afortunadamente poco diluido todavía en el recuerdo, en el que, en tan incomparable marco, cubriendo el perímetro de toda la estancia, la mayoría de pie, los hermanos de la Vera Cruz proponían y analizaban mil proyectos con los que revitalizar el lánguido devenir de una Institución, durante mucho tiempo abandonada, que sólo gracias al encomiable esfuerzo de unos pocos seguía escribiendo páginas de historia. Junto a éstos, impaciente, casi contestataria, expectante, cada vez más ruidosa, la savia nueva que poco a poco había comenzado a incorporarse a la Hermandad.

Tan ambiciosa y bullidora sangre ansiaba realizar todas aquellas inquietudes, surgidas en largas y dulces horas quemadas en la hoguera de la amistad, con una inmediatez contrapuesta la inmensa mayoría de las veces a cualquier tipo de lógica. Parecía como si el tiempo se acabara y no pudiera inventarse lo que, por otra parte, ya llevaba mucho inventado. Cambios sobre el cambio, retrocesos sobre anteriores avances, variados vaivenes según soplara el viento, chocaron frontalmente con los hijos de otra época y de otro pensamiento a los que el instinto de supervivencia había vuelto recelosos y desconfiados, sobremanera con una muchachada atrevida e insolente a la que, como luego quedó demostrado, había que reconducir al verdadero camino. Muchos de aquellos, desbordados por los acontecimientos, decidieron pasar a un más que discreto segundo plano. Otros, por el contrario, eligieron continuar en un intento por educar aquella ilimitada osadía. No tenían para ello más armas que la experiencia y la razón, lo que no les impidió impartir verdaderas y auténticas lecciones cofrades, siempre de forma gratuita, y que, curiosamente, permanecen completamente actuales a pesar del paso del tiempo.

En uno de aquellos Cabildos, entre un mar de propuestas, muchas de ellas utópicas o inalcanzables, alguien quiso establecer unas comprometidas listas para acometer el montaje de los pasos ante la inminente Estación de Penitencia. Y es que, largo y tendido, se venía debatiendo sobre la escasez de efectivos observada cuando había que realizar determinadas tareas, consecuencia de la multitud de pensadores e ideólogos que consumían todos sus esfuerzos en tan importantes tareas. Dicho y hecho. Se procedió a confeccionar las citadas listas donde cada cual, según su devoción o apetencia, podía inscribirse. Reclinado sobre la pared, cerca de la ventana, le llegó su turno.

- Y a ti ¿dónde te apuntamos?

Molesto e inquieto por la pregunta se incorporó mientras sus gruesos dedos acomodaban las gafas, dibujando en su rostro aquel gesto tan peculiar con el que siempre mostraba cualquier disconformidad. Dejó transcurrir unos segundos en los que el silencio se podía oír. Entornó sus pequeños ojos, y mirando por encima de la recién acomodada armadura respondió:

- A mí, apúntame a los cuatro, o mejor dicho, a los cinco.

Nunca un hombre de tan escasa estatura física llenó tanto un espacio tan grande. Por enésima vez aquel viejo cofrade había regalado callada y humildemente su magisterio a los que arrogantemente creían saberlo todo. No recuerdo bien, pero creo que las listas dejaron de confeccionarse, y aquel año, la Hermandad, como siempre, hizo su Estación de Penitencia.

Hoy ya no celebramos los Cabildos en la sacristía, no cabríamos, porque gracias a Dios, somos bastantes más que entonces. Hoy, después de tantos avatares, aquella savia nueva se ha vuelto más reposada, y es que, más tarde o más temprano, el más de medio siglo de vida termina reconociendo la inexistencia de medidas y valores completamente absolutos. Hoy, para orgullo de todos, también hay sangre nueva, mucha y diversa, atrevida y ambiciosa, joven sin más, con las mismas inquietudes y las mismas prisas. Es la ley de la vida.

Hemos andado tanto y tan deprisa en el último cuarto de siglo que los muchos errores cometidos, que deberían habernos servido como peldaños en la escalera de la experiencia, siguen estando, desgraciada y frecuentemente, tan presentes como en aquel Cabildo de la sacristía. Y es que, si nuestra finalidad principal es la Gloria de Dios a través del culto público a Nuestros Sagrados Titulares, preguntémonos por qué seguimos haciendo listas. Si creemos en un solo Dios verdadero, en su Hijo como Divino Redentor, en su Santísima Madre como mediadora y abogada nuestra, por qué nos seguimos apuntando a un solo paso. Acaso es más importante uno que otro. Si nos importa más el palo que la cera, si medramos para salir de la fila y procurar parecer algo más que los otros, si buscamos el protagonismo antes que el servicio, de poco o nada servirá la externa e intensa devoción que proclamamos profesar.

Con toda seguridad el viejo cofrade seguiría apuntándose a todos los pasos para recordarnos que hemos sido, somos y queremos ser una sola Hermandad. Quizás haga falta bucear por los rincones de la memoria y evocar cómo absorto en sus pensamientos, en esa voluntaria soledad interior, rodeado de los mismos iluminados de siempre, a los que una mirada por encima de las gafas hacía interrumpir la animada tertulia sobre lo divino y lo humano, seguía trabajando sin importarle el sitio, simplemente donde era requerido. Quizás nunca hayamos llegado a interiorizar el espíritu del mensaje que tantas veces nos intentaba transmitir en aquellas inolvidables tardes que se desparramaban por el Claustro. Y es que, quizás, y debemos seguir manteniendo la esperanza, algún día comprendamos que lo que en realidad intentaba transmitirnos es que si queda algo por hacer, nunca habremos hecho nada.

A todos los que se siguen apuntando a todos los pasos. A los que con su trabajo, esfuerzo y dedicación siguen pensando que la mejor forma de demostrar el movimiento es andando. A los que buscan el modo de otorgar credibilidad a la recurrente frase de que una imagen vale por mil palabras. A los que, por encima de dimes y diretes, se sienten y son cofrades cruceros durante todos los días del año.





1 comentario:

  1. Es justo y necesario

    Si es que no puede ser, que ya no es posible, amigo Nicolás, olvidemos los cabildos, reuniones, revuelos y citas en el "Arca", tantas y buenas jornadas y horas, para alguno de vosotros mas asiduas y frecuentes que para los "ausentes".

    Lo que si es posible, como bien apuntas, es mantener un espíritu que surgió de aquellas veladas, que ya se observa en las fotografías que adornan la entrada, y no es que sea posible, es que es, como ahora está demodé expresar, "justo y necesario". Alguno con barbas y convocando, más que andando, se permite la utilización de la expresión litúrgica con fines abyectos y absolutamente farisaicos, para intentar lograr sus materiales fines.

    Justo y necesario, justo por cuanto que los ideales que manaban y se destilaban de dichas reuniones, lejos de conculcar la tradición e ideales puristas de algún recalcitrante cofrade, invitaba y hasta animaba a abrir puertas y ventanas en instituciones que languidecían, si bien aún hoy algunas padecen y se muestran en el mismo estadío, y que hizo surgir algo que creo compartirás con quien suscribe, además de justo, era evidentemente necesario.

    Gracias por las entradas con que nos obsequias, junto a los restantes partícipes del Blog.

    Un abrazo y espero sea hasta pronto, amigo.

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