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lunes, 23 de marzo de 2015

Misa de Regla y Último Domingo de Cuartelillo









2 comentarios:

  1. Quizás hasta falten palabras, así que la menos mala de las muchas maneras con las que podíamos definir las experiencias vividas en la jornada de ayer sea con el término memorable. La iglesia a rebosar para la Función Principal de nuestra Cofradía. Una homilía que, sin duda, será recordada por muchos motivos, por su profundidad conceptual, por su hondo sentido cristiano -como no podía ser de otra manera- por su llamada al perdón y a la reconciliación, por sus muchas analogías utilizadas con el Sagrado Árbol de la Vida, si nos atenemos al fondo, acentuándose solemnemente las formas por ese aire preconciliar en el que se envolvió nuestro consiliario al predicar desde el púlpito, hecho que muchos de los jóvenes asistentes nunca habían tenido ocasión de ver.
    Pero si todo ello fue emocionante y digno de elogio, mucho más lo fue el momento del ofertorio. Quizás pueda ser regañado por ello, pero no me resisto a traer la lección recibida por cuantos asistimos a la Celebración. Llegado ese momento de la Liturgia, el oficiante llamó a las camareras que asisten a la Santísima Imagen de Nuestra Señora de los Dolores y al tesorero de la Hermandad. A las primeras hizo entrega de un obsequio para nuestra Amada Madre Crucera. Al segundo, un sobre con dinero y el encargo de que, en nombre de la Hermandad, sea entregado a Cáritas Parroquial para que, en la medida de lo posible, se atiendan las muchas necesidades de tantas y tantas personas. Os puedo asegurar que aquello tuvo mucho más valor para un servidor que todos los desayunos y todas las meriendas con las que hayan podido agasajarme en mis años de andadura cofrade. Y es que puede resultar paradójico, pero resulta triste que nos tengan que recordar constantemente cuál es el verdadero espíritu y la verdadera finalidad.

    ////--- Sigue---////

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  2. ////---- Continúa---////

    La mañana estaba para emociones. Una vez ya en la Casa de Hermandad, departiendo con una copa de vino español y unas tapas gentileza de nuestro Hermano Mayor, tuvimos la inmensa suerte de asistir a uno de esos momentos capaces de borrar cuantos sinsabores y preocupaciones trae consigo la militancia cofrade. De nuevo, como otro aldabonazo a las conciencias, nuestro Párroco y Consiliario quiso tener un entrañable detalle con uno de nuestros hermanos, aquejado de un tiempo a esta parte de algunos achaques que esperemos sean superados satisfactoriamente a la mayor brevedad posible. Para él y su esposa, para su familia, tuvo palabras de afecto y de ánimo, de confortación y de esperanza. Con la emoción a flor de piel, con las lágrimas a punto de derramarse, les anunció que en el camino que debían emprender nunca estarían solos. Tienen a Nuestros Titulares para que los cuiden y los protejan. Tienen el apoyo a través de la plegaria de toda esta Centenaria Institución, de la de todos los cruceros castreños de buena fe que siempre estarán a su lado para cuanto pudieran necesitar. Sin duda, nunca un aplauso fue tan solidario, tan fraternal, tan humano.
    Del resto del día, poco reseñable digno de destacar. La gran casa que nos acoge se volvió a quedar pequeña –Sierra dixit-. No faltó nada. Comiendo, bebiendo, charlando, comentando, las horas se fueron despidiendo entre camaradería y hermandad, como tantas y tantas veces.
    Desde aquí, mi enhorabuena a todos los que hicisteis posible tan inolvidable jornada. A nuestro consiliario y Hermano Mayor por tan magnífico Quinario, por su paciencia infinita, por demostrar con el ejemplo cuál debe ser el camino. A la Junta de Gobierno por sus muchos desvelos, por su dedicación, por su amor infinito hacia Nuestros Titulares, por seguir navegando con rumbo firme contra viento y marea. A los que estuvieron tras la barra, a los que han estado todos estos días de cuartelillo, por cambiar parte de su ocio por tan impagable servicio a su Hermandad. De corazón, mi más sincera gratitud por tanto demostrado. Que Dios con creces os lo pague.

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