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jueves, 11 de agosto de 2011

Un nazareno va contigo, Buena Muerte



Para ir combinando temas que se remontan en el tiempo con otros más actuales, tenía intención de hablaros hoy de las muchas peculiaridades con las que vino cargado el Miércoles Santo de este año de Nuestro Señor Jesucristo de 2011. Pensaba escribiros sobre lo mucho que aquellas -las peculiaridades- me trasladaron a las procesiones de mi infancia, cuando farol en mano y atento siempre al sonido de la campanita para depositarlo en el suelo, recorríamos las calles de nuestro pueblo en Estación de Penitencia poco más de medio centenar de personas en un casi absoluto y oscuro silencio, roto sólo por el susurro del rezo del rosario.

Quería contaros algo sobre los pocos penitentes que aquella noche fuímos, sobre la certeza y el convencimiento allí alcanzados, sobre los escasos que decidimos envolver nuestro cuerpo en la morada túnica y cubrir nuestro rostro con el negro del luto, sobre los que siempre terminamos por buscar la explicación, a tanta significativa ausencia, en el evangelio que afirma que muchos son los llamados pero pocos los elegidos.

Pensaba escribir sobre todo ello, y para dar un aspecto "retro" a la entrada, me entretuve en preparar ad hoc unas fotos de nuestro amado Titular para poder mostraros los prodigios técnicos que me instaló el otro día Michelna, para poder compartir con vosotros lo que son capaces de hacer. En fin, quería hablaros también de la Buena Muerte del Señor, de las intimidades perfumadas de incienso, del tintineo de la luz reflejada fuego ardiente en Sus plateadas potencias, de la cera derretida que muere como Él vuelta luz para alumbrar lo que habrá de venir, del rojo y del morado en la flor, del tibio olor de la noche en primavera... Quería hablaros de todo ello y de mucho más, porque en el fondo, lo que quería deciros es que pensé dedicar una entrada a nuestro olvidado Miércoles Santo.

Pero nada de ello pienso hacer, ya habrá más ocasiones. Sólo voy a publicar una de las fotos y algunas palabras porque, cambiando de tema, me gustaría hablaros de un nazareno que durante muchos años luchó y se esforzó denodadamente para que cada Viernes Santo, al apuntar el día, el que carga injustamente con la Cruz volviera a salir de su templo evangelizando a un pueblo entero a través de su Bendita Imagen. Me gustaría hablaros también de un padre que supo transmitir a sus descendientes la pasión y la entrega, la fe y la devoción, el honor y el compromiso que supone ser cofrade y seguidor de Jesús de Nazaret. Me gustaría hablaros de un hombre sencillo, leal y franco, campechano, al que no llegué a conocer en profundidad, hecho que tampoco me hizo ninguna falta para comprobar que cada vez que me saludaba apretándome la mano y dándome una palmada en la espalda, tenía frente a mí un hombre cabal, un señor, un caballero.

Hoy, porque así quiero hacerlo, me gustaría hablaros de una persona de envidiable humanidad a la que no importaba lo más mínimo anegar sus ojos en lágrimas cuando así lo estimaba conveniente. En mi retina guardo algunas de esas ocasiones, dos de ellas muy especiales: el Viernes de Dolores de 2004 cuando una de sus hijas glosó la Semana Santa de su pueblo, y el Jueves Santo de 2006 cuando estuvo en el nuestro para ver cómo uno de sus nietos había seguido, literalmente, sus pasos. Sin duda, os puedo asegurar que, difícilmente, podrá apreciarse nunca una persona más henchida de dicha y de gozo, del más legítimo de los orgullos.

En fin, me gustaría hablaros de muchas más vivencias, relataros más anécdotas, pero no las creo en absoluto necesarias para poder afirmar que en el día de ayer, festividad de San Lorenzo mártir, Dios Todopoderoso llamó a su lado a un buen hombre, a una extraordinaria persona, a uno de sus mejores y más fieles nazarenos. Y porque siempre nos quedará el consuelo de la esperanza, de la fe y de la certeza a las que, como creyentes, abrazamos con convicción en nuestro credo, en su memoria quisiera elevar esta pública plegaria, esta sincera oración, implorando a ese Nazareno al que nuestro culto crucero advoca Santísimo Cristo de la Buena Muerte para que lo acoja en su Gloria, para que le otorgue la paz y el descanso eternos. Señor Jesucristo que cada Miércoles Santo amparas las Ánimas de nuestros difuntos, en Tu poder infinito, Muerte que vences a la muerte, con humilde devoción Te ruego que, en Tu omnipotente voluntad, así sea.

1 comentario:

  1. No puedo hacer otra coas que agradecer una y mil veces, en primer lugar al creador de la entrada, no existen las palabras, y en general a tantos y tantos cruceros que han querido compartir estos momentos tan amargos para mi familia con nosotros, apoyarnos en todo momento y estar ahí cuando se necesitan. De verdad, mil gracias a todos!!

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