Hará dos o tres mañanas, durante un viaje profesional, a través de los novedosos sistemas de comunicación tan a la moda, recibí la foto de un escrito. Tras leer su contenido llamé de inmediato a su remitente por teléfono. No era la mejor forma, pero sí la única a mano que me permitía enviar un virtual abrazo y desear lo mejor. Mientras hablábamos me alegré sobre manera. Por mi interlocutor en primer lugar, también por los muchos con los que, a partir de ahora, de manera indisoluble, tendrá que compartir fraternalmente triunfos y derrotas; pero sobre todo, mucho más, me alegré por la Institución, sometida de un tiempo a esta parte a bochornosas tensiones, en todo punto desconocidas hasta para los más viejos del lugar y un tanto peculiares una vez se escrutan con el necesario y reposado análisis que consigue apartar el árbol que impide ver el bosque.
Mientras dejábamos atrás los kilómetros de autovía que aún nos separaban del encuentro prefijado, recordé una anécdota de hace ya bastantes años, que muchos sé que conocéis pero que me gustaría traeros de nuevo aquí. Como digo, es de hace bastante tiempo, eso sí, de cuando ya no se enderezaban puntas en el viejo Arca, que, sin embargo, seguía siendo crisol y hervidero de jóvenes sueños e inquietudes, auténtica escuela de cofrades en su más amplio sentido del término.
Entre los habituales de aquellas inolvidables tardes había dos niños de unos pocos años, uno mayor que el otro, los cuales solían aparecer armados con un bocata talla flauta travesera y un grosor de embutido entre panes superior a 20 mm. Entretenidos en tan glorioso menester, removiendo inmisericordes los jugos gástricos de los parroquianos, necesitó el maestro Juanvi algo de "cá Joaquín de los Ríos". Reparó en el mayor de los mozalbetes y le suministró las instrucciones precisas con las que llevar a buen término el recado. Éste, a uso y costumbres, refunfuñando lastimosamente, negándose a ir, alegaba en su descargo que siempre le tocaban a él hacer posibles tan importantes misiones. Sin embargo, sin mediar apenas palabra, el más pequeño de los dos aceptó gustoso el encargo, dirigiéndose diligente a cumplirlo, acción espontánea que, aún más si cabe, comprometió al otro que rendido a la evidencia no tuvo más remedio que acompañarlo. Juanvi miró por encima de las gafas a ambos mientras bajaban la rampa y exclamó unas palabras que vistas hoy con la suficiente perspectiva temporal resultan más propias de un visionario: -"Del rubillo haremos carrera; del de la cabecilla gorda, imposible". Un cuarto de siglo después -más o menos- nuestro querido y admirado Juanvi llevaba razón, como en tantas y tantas ocasiones. Un cuarto de siglo después se ha cumplido la premonición de aquél sabio cofrade.
Cuánto me alegro que acertara, porque, con el mayor respeto hacia todos, quién mejor que alguien que con treinta años posee la misma antigüedad en la Corporación; quién mejor que alguien que es hijo y nieto de cofrades, que ha mamado desde que era tierno infante lo que exige el verde y el oro, el incienso y la cera, la obediencia y la disposición; quién mejor que alguien que siempre está, que nunca se ha ido, que lucha y que trabaja como el primero, que no se arredra ante las dificultades, que aguanta la inquina y la sinrazón; quién mejor que alguien que ha sido siempre crucero de sentimiento y por convicción, que entiende la pertenencia como servicio, y el espíritu y la finalidad como coherente obligación; quién mejor que alguien que, siendo cabeza visible, propone gobierno de iguales, gente preparada a nivel personal, profesional y cofrade que revitaliza día a día su libremente escogido vínculo a través de la incesante búsqueda del mensaje del único y verdadero Profeta.
Cuánto me alegro por todo ello. Por eso, a Dios Todopoderoso doy gracias y le pido para que siempre los proteja, los ampare y los guíe, para que los haga sabios, pacientes, misericordiosos y humildes en cuantas decisiones tengan que abordar. A María Santísima de los Dolores, nuestra Excelsa Madre Crucera, ruego para que interceda por todos ellos y para que jamás olviden que mientras quede algo por hacer, nunca habrán hecho nada. Que así sea.
Entre los habituales de aquellas inolvidables tardes había dos niños de unos pocos años, uno mayor que el otro, los cuales solían aparecer armados con un bocata talla flauta travesera y un grosor de embutido entre panes superior a 20 mm. Entretenidos en tan glorioso menester, removiendo inmisericordes los jugos gástricos de los parroquianos, necesitó el maestro Juanvi algo de "cá Joaquín de los Ríos". Reparó en el mayor de los mozalbetes y le suministró las instrucciones precisas con las que llevar a buen término el recado. Éste, a uso y costumbres, refunfuñando lastimosamente, negándose a ir, alegaba en su descargo que siempre le tocaban a él hacer posibles tan importantes misiones. Sin embargo, sin mediar apenas palabra, el más pequeño de los dos aceptó gustoso el encargo, dirigiéndose diligente a cumplirlo, acción espontánea que, aún más si cabe, comprometió al otro que rendido a la evidencia no tuvo más remedio que acompañarlo. Juanvi miró por encima de las gafas a ambos mientras bajaban la rampa y exclamó unas palabras que vistas hoy con la suficiente perspectiva temporal resultan más propias de un visionario: -"Del rubillo haremos carrera; del de la cabecilla gorda, imposible". Un cuarto de siglo después -más o menos- nuestro querido y admirado Juanvi llevaba razón, como en tantas y tantas ocasiones. Un cuarto de siglo después se ha cumplido la premonición de aquél sabio cofrade.
Cuánto me alegro que acertara, porque, con el mayor respeto hacia todos, quién mejor que alguien que con treinta años posee la misma antigüedad en la Corporación; quién mejor que alguien que es hijo y nieto de cofrades, que ha mamado desde que era tierno infante lo que exige el verde y el oro, el incienso y la cera, la obediencia y la disposición; quién mejor que alguien que siempre está, que nunca se ha ido, que lucha y que trabaja como el primero, que no se arredra ante las dificultades, que aguanta la inquina y la sinrazón; quién mejor que alguien que ha sido siempre crucero de sentimiento y por convicción, que entiende la pertenencia como servicio, y el espíritu y la finalidad como coherente obligación; quién mejor que alguien que, siendo cabeza visible, propone gobierno de iguales, gente preparada a nivel personal, profesional y cofrade que revitaliza día a día su libremente escogido vínculo a través de la incesante búsqueda del mensaje del único y verdadero Profeta.
Cuánto me alegro por todo ello. Por eso, a Dios Todopoderoso doy gracias y le pido para que siempre los proteja, los ampare y los guíe, para que los haga sabios, pacientes, misericordiosos y humildes en cuantas decisiones tengan que abordar. A María Santísima de los Dolores, nuestra Excelsa Madre Crucera, ruego para que interceda por todos ellos y para que jamás olviden que mientras quede algo por hacer, nunca habrán hecho nada. Que así sea.
P.S. Como sé que muchos no conocen a la gente de la que más arriba hablo, aquí os dejo una foto en la que aparecen muchos de ellos. En la misma faltan bastantes más y sobran dos juveniles a los que los muchachos están intentando hacer partícipes de la nueva tradición que pretende instaurarse el sábado inmediatamente anterior a la Dominica de Pasión, esto es, la degustación obligatoria del cada vez más afamado "licor espirituoso tridestilado" que en la foto aparece en manos de uno de sus más fervientes defensores. Recordaros que el resultado de la citada cata fue desigual para los dos jóvenes promesas que aparecen en la foto. A pesar de lo que despierta el espíritu el licorcillo de marras, uno aguantó el día siguiente hasta las tres de la tarde, hora a la que, voluntariamente, se rindió. El otro sobrellevó la somnolencia y el mal cuerpo hasta pasadas las siete. Sólo fue sobresaltado por las palabras y las risotadas provenientes del brindis más infame, precipitado y desleal que vieron los tiempos. Pero eso es ya otra historia. Cualquier día os la cuento con pelos y señales, con documentos gráficos y sonoros. O no. Bueno, ya veremos.
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