Poco a poco van llegando a nuestro correo imágenes de estas pasadas (por agua, también) Estaciones de Penitencia de Miércoles y Jueves Santo. Las que he recibido esta misma tarde no son, para ser exactos, precisamente de los desfiles, sino del pasado Jueves Santo por la mañana, cuando se están dando los últimos retoques, poco antes de ese momento único e íntimo en el que, henchidos de satisfacción, hay que dar gracias a Dios Todopoderoso por permitirnos ver, otro año más, la indescriptible estampa rebosante de belleza plástica que ofrecen todos nuestros pasos montados y listos para el desfile.
Entre todas las fotos que me han sido enviadas, alguna de ellas realmente buena, viene camuflada ésta que hoy publicamos. La instantánea recoge, como podéis perfectamente apreciar, el mal aspecto de un capirucho en su redondez rajado, maltrecho, arrugada por estrangulación su puntiaguda figura y condenado a la soledad y al olvido tras, según parece, atormentar durante cuatro interminables horas al que sólo días antes, con una mezcla entre barata eficacia y orgullosa suficiencia, anunciaba a los cuatro vientos su reciente confección.
Cuentan que fue tan dura la penitencia que a punto estuvo de provocar el abandono definitivo del cofrade que lo llevaba. Tanto es así que, llegada la Buena Muerte de Cristo al Camposanto, nuestro émulo sufriente tuvo la feliz idea de practicar una pequeña rotura en la parte ancha del cónico cartón, provocando con ello una momentánea mejoría tanto en el ajuste craneal como en la periférica visión. En lo que no había reparado tan privilegiada mente era en el futuro sudor. Cuando éste volvió a hacer acto de presencia, tan finísimo material, dando sobradas muestras de su inapropiada calidad, comenzó a reblandecerse, y la raja a alargarse, hasta acabar por desesperar al incauto que unas veces tenía los agujeros de la negra tela en los ojos, otras en la nariz, o incluso, las más, en la mismísima boca. Todo ello para total impotencia del que, por más que manoteaba y se recomponía, no acertaba a colocarse adecuadamente el gorro. Dicho sea de paso, muchos dan fe de haber oído, mientras tanto, toda clase de juramentos en arameo y en diversas lenguas muertas.
De nada sirvieron. Mientras duró su tiempo, el capirucho se las prometió muy felices por haber podido aplicar tan particular penitencia, pero la venganza es un plato que se sirve frío y estaba a punto de cambiar el ciclo. Mientras el desfile se acercaba a la Parroquia se temió por primera vez lo peor. Tras un intento de su portador por arrojarlo a los infiernos, se amoldó hábilmente a la mano y permitió la visión por un solo ojo. Era su última oportunidad, así que volvió a girarse sobre sí mismo y concedió la luz por el otro. Había conseguido entrar en la Iglesia y, todavía ambos sudorosos, se dirigieron de la mano hacia la Capilla donde nuestra Hermandad guarda los enseres tras las procesiones. Respiró tranquilo. Por un momento pensó que si el desfile llega a durar cinco minutos más no hubiera alcanzado a ver el níveo del azahar en los naranjos en flor. Objetivo cumplido... Pero algo no era como tantas veces había imaginado. Negros presagios volvieron a recorrer como afilada tijera sus entrañas de cartulina.
Había pasado, con creces, el mediodía de otro Jueves Santo. Todo estaba listo, a punto de consumarse. Él seguía allí, donde se habían separado, conteniendo la respiración, intentando por todos los medios hacerse notar. A medida que avanzaban las horas volvió, una y otra vez, a temerse lo peor. Nadie llegaba. Nadie lo tomaba para llevarlo al calor de un hogar, para buscarle un sitio donde dormir plácidamente durante el resto del año el largo sueño de la impaciencia cofrade…Se guardaron los últimos enseres y herramientas. Se terminaron de recoger hasta las más pequeñas briznas verdes del suelo.
Esperando una respuesta, un pequeño gesto, sin moverse, en pos del imposible equilibrio que otorga su punzante final, consumía su tiempo. La realidad le mostraba tozuda lo que no quería ver, la nada absoluta. Ni siquiera se me ha ofrecido la oportunidad de preguntar a mi putativo padre si lo he hecho bien, pensó mientras unas lagrimitas de emoción se despeñaron por sus imaginarias mejillas... La puerta de la Iglesia habló metálica cuando la cerraron por fuera. En ese mismo instante fue realmente consciente de su situación. Había sido abandonado.
Triste, muy triste final para este humilde capirucho. ¿Acaso han visto los cielos mayor injusticia? ¿Acaso no es esto una prueba más del consumismo desenfrenado que nos rodea, de la voraz cultura de usar y tirar? Las respuestas otro día, con entrevistas y testigos que afirman haber estado allí. Hoy sólo puedo decir que ¡¡ voto a bríos pardiez, cuán efímera siempre la gloria...!! Pues nada digo de la afición, creí intuir que me respondía el capirucho.
P.S. Perdón reclamo de antemano si alguien no ve conveniente la licencia, pero es que como todos los blogs de Castro están publicando simultáneamente miles de fotos, he pensado que ya tendremos tiempo de hacer lo mismo.
P.S.2 Si alguien está interesado en adoptar el capirucho de la foto no tiene más que ponerse en contacto con nosotros por los medios habituales ya anunciados. Con un poquito de precinto se puede quedar como nuevo. Además, que tras el desprecio que ha sufrido, estoy seguro que va a querer con locura al que se lo lleve a su casa. Me ha prometido, incluso, que no volverá a martirizar a nadie más. Os puedo confirmar que es un capirucho de palabra, así que no desaprovechéis esta magnífica oportunidad.
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