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jueves, 23 de junio de 2011

Anécdotas lluviosas (II)

Cuenta la historia que Dicebamus hesterna die son unas palabras que fueron utilizadas por Fray Luís de León para reiniciar sus clases en la universidad de Salamanca tras casi cinco años de cautiverio en los calabozos del Santo Oficio. Acusado poco menos que de herejía, este extraordinario teólogo agustino paga con pena de cárcel la antigua e irreconciliable rivalidad entre su orden y la de los dominicos -como sabéis eran los que más mandaban en los Tribunales de la Inquisición desde los tiempos del temible Tomás de Torquemada, primer Gran Inquisidor de Castilla y Aragón en tiempos de los Reyes Católicos- así como otros supuestos pecados derivados de su predilección por trasladar originales en lengua hebrea a la ya consolidada y cada vez más pujante lengua castellana. Es lo que tiene no ser franciscano, como nosotros, humildes seguidores de San Francisco -el de Asís, que nos conocemos y no es de precoces vates de lo que estamos hablando-, dedicados siempre a otros menesteres mucho más modestos aunque no por ello menos gloriosos por gratificantes.

En fin, que me voy por los cerros de Úbeda, y como decíamos ayer o como decíamos en días pasados (variantes ambas frases de la traducción de las palabras en latín del principio), volvemos con los temas pluviales tras el paréntesis de los mofletudos alados. Además, con la que está cayendo desde hace unos días, hasta apetece. ¡¡ Ojú con la caló, hombre ya, que nos va a derretir desde las meninges terciarias hasta las falanges espiciformes!!

Así pues, seguro que muchos no sabíais que en 1985 tampoco salimos el Jueves Santo. Nada de especial. Otro año más, a no ser porque de inmediato comenzaron a circular por los mentideros unas esotéricas teorías que intentaban explicar tan preclaro y evidente castigo dirigido, decían, hacia nuestro Hermano Mayor. Ciertas o no, la verdad es que caía agua. Una cortina, densa e impenetrable, como si fuera de esparto. Caía agua a cántaros, qué digo, a cisternas, a depósitos de un millón de litros.¡¡ Echa agua ahí!! En un pequeño receso de aquel descomunal aluvión, la fiel escolta romana, ésa que como los legionarios nunca falla, recibió la orden de acompañar al involuntario protagonista hasta su domicilio particular. Llano de la Iglesia, Concepción, Santo Cristo y a partir de ahí una recreación del diluvio universal. No sabemos cómo sería el que soportó Noé, pero sí tenemos referencia directa de éste. ¡¡Madre del Amor Hermoso, cómo llovía la cuesta abajo!! Los plumeros se pusieron guachos, a los trajes sólo les faltaba un poquito de suavizante para que la colada fuera completa, y las sandalias chapoteaban al ritmo de los ahogados tambores -ploft plotoploft plotoploft ploft ploft…-. Nada digo de los cuerpos. Ni debajo de las cataratas del Niágara.

Bíblico, aquello parecía bíblico. Al llegar al citado domicilio, el remojado capitán ordenó formar en fila india a la escolta que, con un cuarto de vuelta, dio frente a la casa de nuestro hermano, el cual, saludando a los romanos uno a uno, parecía un guacharrillo recién salido del nido. Imponente y enternecedora escena. Sus acompañantes tuniqueros intentaban esbozar una mueca que semejara sonrisa mientras por la punta de la nariz se les despeñaba una cíclica gotera a la que constantemente tenían que soplar para no embucharse de agua. Impresionaban aún más aquellos que eran donantes de pelo al caerles éste -el poco que les quedaba- hecho manojitos por todo el abrillantado cuero cabelludo de forma anárquica y desenfadada. ¡¡Madre mía de los Dolores, qué estampa!!

No contento con la caladura, el cabo de los Verdes -ojo, que no tiene nada que ver con Greenpace ni nada por el estilo-, un encantador gamberro antisistema vestido de romano, decide continuar calle Corredera abajo ante el desconcierto y los juramentos en arameo del capitán, que, chorreando como todos, termina por seguirlo. Total, si ya más no podían empaparse. Otro paseíllo completo por toda la carrera acabó de poner en remojo hasta los más inconfesables pensamientos. ¿Punto final?

Un mes estuvo subiendo el capitán con algunos de sus allegados al antiguo Arca intentando secar los trajes y demás elementos. Menos mal que, por lo menos, se quedaron relucientes para otra década.- lo dicho, siempre hay que buscar el lado positivo-. Por hoy es todo. Otro día más lluvia, así que, si no queréis mojaros, traeros un paraguas. Saludos.



P.S. Como hoy es el día del Corpus Christi, uno de los Jueves del año que brilla más que el sol, no quisiera revestirme de Gafancio, pero os recuerdo que hace pocos años nos cayó una tromba de agua bajando la cuesta Santo Cristo -este sitio parece predestinado- que para qué. Nosotros corrimos con el guión a cuestas, pero el agua más. Así que confianzas las justas. Es broma.Ya veréis como no llueve.

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